Friday, January 22, 2010

Bitácora Caminante - Tailandia, Parte IV

04/02/06
Ko Phangan

Las Enseñanzas de Ding Dong

Fueron 5 días en la isla de Ko Samui. Difícil irse tras lo allí vivido, pero se ha armado un buen grupo y hemos decidido movernos todos juntos a conquistar la siguiente playa.

Mientras recuerdo lo acontecido tan sólo días atrás, me doy cuenta de que existe un fluir universal de pensamientos y sentimientos, que van de la mano, que hacen que cierta gente se encuentre. Para que se conozcan dos personas existe un tiempo y un lugar específico y único, que es consecuente con ese flujo de energías. La pregunta acerca de qué o quién hace que el universo gire, se vuelve irrelevante cuando uno recuenta las enseñanzas recogidas a lo largo del camino personal. En este caso, el qué se entremezcla con el cómo y lo aprendido se convierte en lo importante: caminos hay miles, la manera en que los caminamos es lo que marca la diferencia.
Y es así como uno puede hacerse dueño de su propio fluir. Si se logra encontrar la sintonía adecuada, puede uno obtener lo que está buscando. Y fue así que conocí a alguien a quien buscaba hace ya mucho tiempo: alguien que tiene tantos nombres como caras y formas, alguien del que muchos hablan pero pocos conocen; alguien que, como yo y como todos nosotros, es el hijo de la Tierra. Él, quien puede mostrarlo todo, lo bueno y lo malo, pues en realidad son parte de lo mismo, parte de mí también. Alguien a quien prefiero no darle ningún nombre.
Su cabeza te llena de sabiduría, pues allí él la almacena, te abre la capacidad de comprender y entonces tus ojos pueden ver más allá de los límites de la cordura y todo lo estipulado como real e irreal; su tallo te permite conectar lo que acontece a tu alrededor con aquéllo que nace de tu interior. Y entonces todo se vuelve uno, todo tiene sentido: el árbol y yo somos uno, en un abrazo, un mismo latido; las hormigas que caminan sobre mi piel y a través de ella están hechas de la misma materia que las olas del mar, que van y vienen, trayendo con ellas otras verdades, que rompen en la orilla y se convierten en mis pies que, enterrados en la arena, me hacen árbol, agua, aire y estrella. Y a partir de ahí todo depende de uno. La claridad te deja atravesar distancias que son inimaginables cuando sólo usamos la cabeza para ver. Los ojos están cerca de nuestra mente, pero no hay que olvidar que todo está conectado a nuestro corazón, y es él quien bombea la sangre a todo nuestro cuerpo.
Todo es repentinamente tan lógico, el mundo se convierte en un gran fluir de paz y comprensión. Ya todo es uno y uno es todo a la vez; la cabeza, el tallo y mi mano son uno también. Se funden y se mezclan hasta que ya no logro distinguir sus formas, sus diferencias, sino que sólo puedo ver lo que los une, esa energía, esos colores que son los mismos - vida. Todo es vida.
La excitación y la adrenalina de conocer un mundo nuevo se convierten de a poco en la paz y tranquilidad que me da el saber que, en verdad, siempre estuvo allí, desnudo ante mis ojos ciegos.


No todo es visible, si se mira siempre con los mismos ojos.

Parte II: El Túnel

Pero el ser humano tiene también dentro de él un carácter conquistador, una ambición por poseer todo el saber que existe. Quizá haya sido esa misma ambición lo que lo llevó a erguirse, cuando comenzó a mirar hacia arriba porque todo lo que tenía a la altura de los ojos ya no le fue suficiente - cuando en realidad tenía de sobra. Ese deseo de tener más, de "ser siempre más", de "superarse", pueda bien haber sido el motor que impulsó la inminente evolución para dejar de caminar en cuatro patas.

Entonces, cuando todo es tan claro, cuando estoy marcando mi propio fluir y el fluir de todo, peco de omnisciente. Y es el momento en que conozco su otra cara. Y esa misma masa de energía que es todo, se transforma en la nada, es rapidamente una caída vertiginosa e indeseada. Y de pronto es todo retroceso: soy materia pesada e inestable, mi cuerpo se hace madera y luego piedra, no siento el aire. Mi cara se deforma y las palabras no salen. La gente a mi alrededor no ve mi sufrir, cegados en su éxtasis, pero yo lo veo reflejado en sus ojos vacíos, en sus muecas deformes, en sus caras tan macabras como la mía. Todo se mueve menos yo, mi cuerpo es una estaca, estática y sin fuerza. Me pesa ser y el aire es espeso, tanto que no lo puedo respirar. Voy a morir.
Y después de esa lucha contra yo mismo, soy semirescatado y alejado de mi tumba, que era mi propio cuerpo. Salgo de túnel. Vuelvo a nacer. He perdido la capacidad de comunicarme, me falta coordinación y perdí el dominio físico y motriz. Soy un ente. No hablo ni pienso. Pero siento. Siento felicidad, éxtasis, euforia. Me muevo y me río, moqueo, babeo, meo. Soy todo sentidos. Y él vuelve y se presenta a mi lado como un sapo, como una cucaracha, como un perro; y se ríe de mí. Se ríe de mi y mi falta de entendimiento. Porque me había salteado una lección: así como él, soy tan sólo otro más que nació de esta Tierra. Y así como la vida, también tengo el veneno.

Parte III: El Ciclo perfecto de la Vida

Quien nunca se ha enfretado consigo mismo, jámas podrá entender cuál es su propósito en esta Tierra. Somos nuestro peor enemigo, porque somos los únicos que tenemos el poder de sabotear tal propósito. No existe nada ni nadie más que pueda frenarnos que nuestro propio ser, nuestros propios miedos, nuestras propias dudas. Somos, en ese sentido, la única barrera que existe en el camino hacia la felicidad. Porque todo está dentro de nosotros mismos: la capacidad de crear y la capacidad de destruir.
Ahora entiendo porque existen el día y la noche, el Norte y el Sur, el hombre y la mujer. Sólo de a dos se puede hacer uno. Y uno es todo. Tenemos la fuerza de ser lo que queramos, tenemos el poder de ser quién queremos. Pero a veces elegimos ver quien no queremos ser y eso nos aleja del que sí queremos y podemos ser.
Está todo dentro nuestro y a nuestro alrededor.
De manera tan clara veo ahora la razón que me condujo a intentar destruirme, tantas veces. Qué miedo que tenía! Cómo me aterraba, ser yo. Qué fuerza tan engañosa, qué corteza tan poco real, me llevó a tener miedo de ser yo, por mucho tiempo.
Qué gran regalo es este día en que me doy cuenta que, en verdad, no hay remedio alguno, más que ser uno mismo. Qué regalo más alegre, el saber que quiero ser yo. Y que estoy en camino a serlo.
Qué regalo más hermoso, el haberte conocido. Doy gracias por ello.


Cascada cerca de la playa Lamai, en la isla de Ko Samui. Esa misma noche me enteré que de ése mismo lugar provino el causante de mi experiencia.